MARÍA VICTORIA DE LA FUENTE

Dos de las obras de Mª Victoria de la Fuente, integrantes de la colección Afundación, definen perfectamente la condición de extraordinaria pintora de esta mujer nacida en el seno de una familia con profundas inquietudes artísticas y culturales. Son dos bodegones pintados en los años setenta, Bodegón (1970) y La nevada (1972). Dos interiores en los que la autora es capaz de lograr una atmósfera conmovedora, que muestra su destreza con el dibujo, al tiempo que ofrece una condensación de silencio y misterio que convierten a ambas piezas, y por prolongación a su pintura, en la capacidad de generar una ilusión dentro del lienzo. Una ilusión sensible e intuitiva con la realidad, con la materialidad de los objetos y la espiritualidad de un ambiente condicionado por la situación exterior.

Su padre, el afamado arquitecto Jenaro de la Fuente, uno de los grandes modeladores del Vigo actual, hizo de su formación una de sus obsesiones. Una intensidad académica y educativa que generó una cierta rebeldía en aquella niña que intuía en el territorio plástico un escenario para ejercer esa libertad a lo largo de la vida. En el Instituto de Vigo coincide con el pintor Carlos Maside que advierte en ella esa vocación artística y la impulsa a su desarrollo, que llevará a cabo en en Madrid, ciudad que compartirá con Vigo a lo largo de toda su vida. Madrid para la pintura es el Museo del Prado y allí aquella joven siente el impulso definitivo. Acude a clases de pintura a cargo de Julio Moisés y durante los años cincuenta completa su formación junto a la realización de viajes que la llevan a París, Roma, Holanda, Alemania, empapándose de los grandes nombres de la pintura. A su regreso comienza su actividad expositiva, en muestras colectivas y con el importante encargo de realizar un mural en el Aula Magna de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Santiago de Compostela de 105 metros cuadrados. En tiempos en los que el Informalismo definía una manera de resistencia Mª Victoria de la Fuente no renuncia a la figuración como eje central de su trabajo, sin por ello, despreciar e incluso incluir en sus trabajos elementos de aquella abstracción que se podían amoldar a esa consecución de una atmósfera singular dentro del lienzo. Esa apuesta figurativa la lleva a situarse en posiciones de privilegio en el ambiente madrileño de los años sesenta, realizando en 1962 su primera muestra individual en el Ateneo de Madrid.

Esa dialéctica entre figura y vacío fue la que generó la eficaz tensión que se revelaba en muchas de sus obras. Al mismo tiempo esa etapa, de una pintura más densa y solidificada, se fue atemperando, optando por una gama cromática mucho más contenida que permitió a la pintora lograr en sus cuadros nuevas conquistas que acompañaban así a esos objetos que fueron imponiéndose a la figuración como ese desafío permanente del pintor con su motivo. Objetos que nunca son iguales en función del ambiente, de la luz que incida en ellos, de su colocación, de la hora del día en que sean pintados, en definitiva, un reto permanente que no permitió relajarse a su pintura y así la podemos contemplar de manera justificada en numerosos centros artísticos, siendo Mª Victoria de la Fuente reconocida con diferentes e importantes distinciones como la Medalla Castelao recibida en 1997.

Ramón Rozas