LOS ALGUACILILLOS
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La atracción que el artista siente por el mundo del toreo es evidente en esta obra sugerente y enigmática en la que los alguacilillos son, en realidad, el mismo personaje reflejado en un espejo.
Vestido con el tradicional traje de alguacil del siglo XVII, con el chambergo de plumas y el cuello de lienzo blanco con ribete de encaje, el personaje se acompaña del caballo, convertido en una pieza de ajedrez que simboliza al caballo real con el que realiza el paseíllo en la plaza.
La técnica es de una extraordinaria calidad, consiguiendo vistosos resultados gracias a la combinación de diferentes materiales como el pastel, la acuarela y el guache que permiten al autor recrearse en los detalles más insignificantes, algo evidente en los rostros y en las telas, realizando un dibujo de trazo meticuloso y caligráfico. Las calidades, casi transparentes, de los jubones retan al autor a desplegar la imaginación y desarrollar, como proyectadas en una pantalla, nuevas y surrealistas visiones.
El color se concentra en las plumas de los sombreros que se diluyen y se convierten en manchas brillantes que se desparraman y animan el fondo neutro del cartón provocando esa fascinación que obliga al espectador a dedicarle a la obra una intensa atención.